jueves, 23 de mayo de 2019
REDES SOCIALES: LA NUEVA INQUISICIÓN
Desde los comienzos de internet, donde los chats y foros nos conectaban virtualmente, hemos asistido a una brusca y violenta transición del eterno juicio social sobre lo que dejamos o no dejamos de hacer.
La interacción actual entre personas y el alcance a la información (o a las informaciones que nos interesan), son asombrosas respecto a hace, pongámosle, unos veinte años. Pero claro, las herramientas que hoy en día tenemos en la mano pueden usarse de mil maneras. Y siempre gustó la crítica, la detracción, la difamación y las calumnias pero, sobretodo, opinar lo que está bien y lo que está mal.
Por ello, cualquier individuo que se salga de la línea de lo 'correcto' socialmente, nos lo cargamos: un simple tatuaje, una fotografía, una frase con algún equívoco, un corte de pelo, una copa en la mano, una camiseta, un vestido, un escote, un comentario, una publicación en Instagram, un tweet, un titular impreciso... Cualquier gesto o acción de nuestro día a día.
¿Y qué pasa? Que se nos olvidan los límites. Y el respeto, el decoro, el tacto. No pasamos el filtro del razonamiento (mucho menos el del intelecto) y soltamos lo primero que se nos pasa por la cabeza. Y conseguimos hacer daño, a veces mucho, a personas que, incluso, ni saben que están hablando de ellas. Pasa en Facebook, pasa en Twitter, pasa en Instagram...
Y conseguimos enfrentamientos absurdos y discusiones odiosas, móvil en mano, por algo viral pero insignificante. Lo bonito que sería dejar hacer, dejar vivir, respetarse y aprender en vez de ajusticiar a un famoso o a un desconocido en una red social.
La libertad de expresión es un derecho. El respeto, un deber. Hagámonos valedores de ambos.
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